El 27 de octubre de 2025, la mexicana Yareli Acevedo Mendoza escribió una página histórica para el deporte nacional. En el velódromo Peñalolén de Santiago de Chile, la ciclista de 24 años conquistó el título mundial en la prueba por puntos femenil del Campeonato Mundial de Ciclismo de Pista UCI.
Lo hizo con una actuación brillante, viniendo de atrás para acumular 63 unidades y superar a la británica Anna Morris y a la neozelandesa Bryony Botha.
México volvía a lo más alto del podio en esta disciplina después de 24 años. Sin embargo, el eco de su hazaña fue tenue. Su llegada al país no tuvo mariachi ni cámaras en cadena nacional, tampoco homenajes oficiales. Apenas unas cuantas notas informativas, publicaciones institucionales en redes y una celebración discreta entre familiares y amigos. Una campeona del mundo, recibida casi en silencio.
Meses antes, el clavadista Osmar Olvera Ibarra había vivido una historia muy distinta. Campeón del mundo en trampolín de tres metros durante el Campeonato Mundial de Deportes Acuáticos 2025 en Singapur, Olvera regresó a México entre aplausos, flashes y música de mariachi.
Las cámaras lo esperaban en el aeropuerto, su nombre llenó titulares y la presidenta Claudia Sheinbaum le dedicó un reconocimiento público en Palacio Nacional. El país entero se enteró de su triunfo, celebrado como símbolo de orgullo nacional. El contraste entre ambos casos es inevitable: dos campeones del mundo, dos disciplinas, dos niveles de visibilidad abismalmente distintos.
El caso del ciclismo refuerza aún más esta brecha. Este mismo año, Isaac del Toro, realidad de 21 años, se consolidó como uno de los ciclistas más prometedores del planeta tras una temporada deslumbrante en Europa. Del Toro ha sido seguido por los principales medios nacionales e internacionales. Sus victorias se han contado con detalle, su imagen aparece en portadas, entrevistas y columnas de opinión.

Su nombre se ha vuelto sinónimo de esperanza deportiva, y cada triunfo suyo genera amplificación mediática inmediata. En cambio, Yareli Acevedo, también ciclista, también campeona del mundo, pasó casi inadvertida.
No se trata de restar mérito a quienes reciben reconocimiento, sino de evidenciar una realidad persistente: en México, las deportistas mujeres suelen enfrentar una desigualdad estructural en la manera en que se narran sus logros. Un análisis de cobertura posterior a los triunfos de Acevedo, Olvera y Del Toro muestra que la ciclista tuvo una presencia mediática entre cuatro y cinco veces menor que sus pares masculinos, a pesar de que su oro mundial rompió una sequía de más de dos décadas en el ciclismo de pista. El resultado es claro: la visibilidad no siempre depende del valor deportivo, sino del contexto, del género y de la tradición mediática que acompaña a cada disciplina.
La desigualdad no es exclusiva de México, pero aquí tiene un eco particular. Las mujeres deportistas, incluso cuando triunfan al más alto nivel, enfrentan un doble esfuerzo: vencer en la pista, la alberca o el tatami, y luego vencer la indiferencia.
La historia de Yareli Acevedo no sólo debería ser recordada como un triunfo deportivo, sino como un espejo incómodo porque en el fondo, más allá de las medallas, lo que sigue en disputa es algo más profundo: quién merece ser contado.

Yareli Acevedo, una campeona con pocos reflectores


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